Mis padres me han insistido siempre que lo importante y lo que deben asumir las personas son los valores como: amor al prójimo, solidaridad, etc. No sé si influido o no por ello, en navidades estas ideas o propósitos cobran más actualidad. Hay más tiempo, son fechas de celebraciones y todo este círculo te hace pensar.
Hablando con mis padres les dije que me
gustaría hacer algo con mi tiempo libre para ayudar a quien lo necesitase. Por
ser menor no me dejaron colaborar en organizaciones como Cáritas diocesanas o en la Casa de la Caridad de Valencia. A parte de la edad, en estos sitios hay que hacer cursos de preparación, importantes pues debes de estar preparado para poder atender a gente muy necesitada, y además, necesitan de un compromiso a largo plazo.
Por eso, se me ocurrió hacerle una visita
a la señora Aurea, mi tutorizada de la residencia Savia, que es una mujer con
la que he sintonizado muy bien. Está un poco sorda y no suele relacionarse con
los demás residentes, así que pensé que se sentiría sola. Su hija tampoco está
muy bien de salud, por lo que le pedí a mis padres que si podía ir a verla. Llamamos
a la residencia y no pusieron ninguna pega. Hasta mi hermana pequeña se apuntó,
le gustó también compartir esa idea conmigo.
Le compré a mi tutorizada un pequeño
detalle y fui con mi madre y mi hermana a verla un día.
No puedo describir bien las razones que me
llevaron a hacerlo. Lo pensé, me pareció que podía alegrar a “la abuelita” y
mis padres me lo pusieron muy fácil para llevarme, traerme o lo que hiciera
falta, así que todo fue muy rápido.
Aunque mi tutorizada no diera saltos de alegría seguro que se
sintió acompañada, o por lo menos no tan sola como hubieran sido unas navidades
sin visitas. Yo me sentí bien, pero no en sentido de feliz ni de deberes hechos,
sino de haber hecho algo útil por una persona que no me pedía nada pero, por la
que siento afecto y ganas de demostrárselo.
Por MIGUEL ANGEL ESCAMILLA Y12 arts